Siervos de la justicia de Dios

03.03.2011 23:30

 

Pablo, en su carta a los Romanos, nos habla del maravilloso regalo de Dios libertándonos del pecado y de la muerte espiritual.  Es la gracia del Padre sobre nuestras vidas, haciéndonos libres por medio de nuestro Señor Jesucristo.

16¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? 17Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; 18y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. 22Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.  23Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 6:16-18, 22-23)

Cuando aceptamos a Jesucristo y nos convertimos en sus fieles seguidores, comenzamos a experimentar una autoridad diferente, a partir de ese momento le pertenecemos a Él.   Nace en nosotros un nuevo deseo de amar y servir al Señor con todo nuestro corazón, porque hemos pasado de ser esclavos del pecado, a ser siervos de la justicia de Dios.

En la carta a los Gálatas, Pablo lo puntualiza con estas hermosas palabras: “3Así también nosotros, cuando éramos niños, estábamos en esclavitud bajo los rudimentos del mundo.  4Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, 5para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.  6Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!  7Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo.” (Gálatas 4:3-7).

Pero ¿que implica ser un siervo de la justicia de Dios?  Nuestro Señor Jesucristo pagó un precio muy alto; sufrió en cada herida y en cada gota de su sangre para rescatarnos del pecado.  Por lo tanto,  ser su siervo implica abandonar nuestra vieja manera de vivir y rendirnos por completo a Él.  Estar decididos a pagar el precio, a soportar el rechazo de nuestra familia, a abandonar nuestras comodidades para llevar el evangelio de Cristo a donde Él nos quiera enviar.

El primer requisito del siervo de Jesucristo, es la obediencia.  Solamente será llamado siervo aquel cuyo corazón es obediente, que se somete a Sus mandamientos y se deja guiar por el Espíritu Santo, con amor y denuedo, sin importar lo que digan los demás, solo haciendo la voluntad de aquel que nos llamó a Su servicio.

Jesucristo, aún en su condición de hombre, fue obediente hasta la muerte.  En el evangelio de Lucas 22: 41-44, leemos lo siguiente: 41Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, 42diciendo; Padre, si quieres, pasa de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.  43Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle.  44Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.”

¿Podría imaginar, por un momento, esta escena?  Jesús se apartó de sus discípulos a un lugar solitario para desahogar su dolor con el Padre.  Cuáles fueron sus palabras: “Padre, si quieres, pasa de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.”  Sabía que era necesario que se cumpliera la voluntad del Padre y en su agonía no solamente brotaban lágrimas de sangre, sino el amor por cada uno de nosotros.  Su obediencia le dio la victoria sobre toda hueste de maldad y lo elevó a los lugares celestiales donde hoy reina, coronado en poder.  ¡Jesucristo venció!

Cuando el Señor nos llama debemos actuar en obediencia, sin importar el alto precio que tuviéramos que pagar, quitando de en medio todo análisis personal que nos impida cumplir su voluntad.  Muchas veces dejamos pasar el tiempo y no actuamos; estamos esperando que algo sobrenatural suceda para estar convencidos de que Dios nos está llamando a la obra.  Ponemos a nuestra consideración si le ayudo a Dios o no. Lo sentamos en sala de espera, hasta que tomemos una decisión para comunicársela.  ¡Que soberbia! ¡Que altivez!  Pero no nos engañemos.  Dios no necesita de ninguno de nosotros, es por su inmensa misericordia que somos usados para su obra y que podemos decir que tenemos un ministerio a Su servicio; y no porque lo merezcamos, sino porque a Él le plació y puso su mirada en nosotros.

Hoy día, en muchas iglesias, los ministerios están muertos.  Son solamente cuadros colgando en una pared.  Están jugando a ser siervos de Dios enfrascados en una enseñanza llena de tecnicismos y doctrina de hombres.  Muchos siervos se encuentran en el anonimato por temor a abrir su boca.  Somos llamados a tomar la autoridad que el Señor nos ha dado y romper con todo argumento que se levante en contra del evangelio de Cristo.  El llamado es para los siervos que aman al Señor, que quieran levantarse con valentía en el cumplimiento de Su mandato (Mateo 28:19-20).  Nuestro adversario, el diablo, anda como león rugiente buscando a quien devorar (1Pedro 5:8) y quiere someter al pueblo de Dios a la esclavitud.  Disfraza el pecado haciéndonos creer que aún cuando hemos recibido al Señor como nuestro Salvador, tenemos la misma libertad para continuar en el pecado del cual el Señor nos hizo libres. (Gálatas 5:1).  Es eminentemente necesario que tomemos una decisión. ¿De qué lado queremos estar? en los apetitos de la carne o en los frutos del Espíritu. (Gálatas 5:16-23)  24porque los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. 25Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.”

Dios pone en nuestro corazón el querer como el hacer (Filipenses 2:13), el libre albedrío que nos permite escoger entre el bien y el mal; sabiendo de antemano lo que nos conviene.  Si traspasamos los límites que Dios nos ha marcado a través de Su palabra, caeremos en la esclavitud del pecado. (Romanos 6:16)

Jesús está preparando morada para todos nosotros, porque Él quiere que estemos donde Él está (Juan 17:24), pero Satanás quiere llevarnos con él al mismo infierno.  El infierno fue hecho para Satanás y sus ángeles caídos no para nosotros.  Dice la Palabra en Gálatas 5:1 "...Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud."

El Señor nos invita a que creamos en Él, a que permanezcamos en Su Palabra y que seamos verdaderamente obedientes.  Él no quiere que solamente nos quedemos en creer, sino que actuemos.  Hay grandes diferencias entre un creyente y un discípulo de Dios, por ejemplo:

El díscípulo es un creyente, pero no todo creyente es discípulo del Señor.  El creyente lucha por crecer, el discípulo lucha por reproducirse.  El creyente espera que le asignen tareas, el discípulo es solícito en asumir responsabilidades.  El creyente espera para que le interpreten las escrituras, pero el discípulo conoce al Señor y habla con Él.  La meta del creyente es ganar el cielo, pero la del discípulo es ganar almas para el cielo.  El creyente espera a que oren por él, pero el discípulo ora por los demás.  ¿En cuál de estas categorías se encuentra usted mi hermano (a)?

El siervo de Dios conoce muy bien las armas espirituales y las utiliza con excelente precisión destruyendo todo argumento del diablo.  El diseño de la armadura de Dios es perfecto en cada uno de sus detalles, de tal manera que el enemigo no nos podrá herir con sus mentiras y engaños.  Es necesario vestirnos de ella para estar firmes y resistir sus asechanzas (Efesios 6:11), con la plena seguridad de que todo nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) estará completamente protegido.  Perfeccionemos, día a día, nuestra santidad así como el que nos llamó es santo. (1Pedro 1:14)

Siervos y siervas, levántense en el nombre de Jesús en contra de todo argumento del diablo en sus congregaciones, en su familia, en su lugar de trabajo.  Dios es el mismo de ayer, de hoy y de siempre, y así como respaldaba a sus siervos Samuel y Elías, entre otros, continúa respaldando a sus siervos hoy.

 

Puedes estar seguro(a) mi amado (a) hermano (a), que Él se glorificará en tu obediencia.

 

 “Porque esta es la voluntad de Dios; que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos; como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios”. (1Pedro 2:15-16)

 “Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres?  Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo”. (Gálatas 1:10)

 “He aquí que mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto”. (Isaías 52:13)

 “Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número”. (1Corintios 9:19)

Este ministerio HOREB LIBERACIÓN Y SANIDAD INTERIOR, otorga el permiso para que este material sea distribuido sabiamente. Solo les agradecemos nombrar la fuente de donde ha sido tomado.  Que el Señor les bendiga.