La tierra prometida

15.12.2010 14:49

 

La esclavitud es cuando una persona está bajo el dominio de otra, perdiendo la capacidad de disponer libremente de sí mismo; y la esclavitud de un pueblo produce una marca imborrable de pena, dolor, sufrimiento, y muerte en sus generaciones, sin conocer el valor y la esencia misma de la libertad con la que nuestro Padre celestial nos ha llamado (Gálatas 5:1).

El amor de Dios es tan grande e incomprensible para la humanidad, que dio a su propio hijo, el unigénito Hijo de Dios, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16).  Fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios, no físicamente sino espiritualmente, con las mismas cualidades de nuestro Padre Celestial.

Lo anterior nos hace poseedores de la tierra prometida que el Señor tiene para cada uno de nosotros.  Una tierra llena de bendición y abundancia de frutos.  Pero el propósito de nuestro Padre no es que solamente entremos en ella, sino que la poseamos.  Porque no es lo mismo entrar o estar, que poseer.

Yo puedo entrar a una tienda de ropa y estar ahí durante horas buscando algo que quizás no voy a comprar y al final salgo con las manos vacías.  Pero si compro aquella prenda de vestir, se convierte en parte de mi persona.  Es decir, la he poseído, es mía.  La voy a cuidar y a disfrutar.

Situémonos por un instante en aquel pueblo de Dios que estaba en esclavitud en Egipto.  Dice la Palabra, en Génesis 46:1-4, que Dios habló a Israel (Jacob) diciéndole: “... no temas en descender a Egipto, porque allí yo haré de ti una gran nación.  Yo descenderé contigo a Egipto, y yo también te haré volver...”  Dios ya tenía sus planes trazados con su pueblo e Israel no tenía porqué saber todos los detalles.  Pero la promesa de Dios no solo sería sacarlo victorioso de Egipto, sino que también haría una gran nación.

El propósito de Dios para nuestra vida, y a través de ella, se cumplirá en Su tiempo y a Su manera.  No cuando nosotros queremos que se cumpla y mucho menos de la forma que creemos que nos conviene.  El Señor, en Su eterna sabiduría y misericordia, ha tenido todo preparado para nosotros.  Se ha ocupado de preparar nuestra tierra prometida, muchísimo antes de la creación del universo.  Podríamos imaginar la profundidad del amor de Dios? Por supuesto que no.  Para el pueblo de Dios ya todo estaba preparado.  Para la generación que salió de Egipto ya todo estaba dispuesto.

Si regresamos a esa tienda encontraremos todas las prendas ordenadas por tallas, estilos, colores y solamente tendremos que decidir correctamente.  Estamos seguros que será muy fácil decidir porque conocemos nuestros gustos y necesidades.  Pero para el pueblo de Dios no sería nada fácil.  No era solamente el entusiasmo de salir de Egipto y terminar con generaciones de esclavitud y soñar con que entrarían a la tierra prometida.  Se nos dificulta el camino cuando dejamos a un lado nuestros pensamientos y sentimientos y nos enfocamos en lo que Dios quiere para nosotros, en lo que Dios sabe que nos conviene.  Yo sé que Dios sabe cual es el propósito de mi vida, pero adaptar ese conocimiento a mi vida es lo difícil.

La promesa de Dios para Moisés (Éxodo 3:7-8) fue que libraría a Su pueblo de la mano de los egipcios y lo llevaría a una tierra buena y ancha.  Pero continúa diciéndole que esta tierra estaba ocupada por diferentes tribus que tenían ahí su asentamiento.  Suena muy hermoso cuando Dios dice que me sacará de la esclavitud para darme libertad en una tierra que no conozco pero que está llena de bendición.  Pero cuando el Señor agrega que tengo que conquistarla venciendo a los gigantes que se encuentran en ella, entonces desfallezco.

No es lo mismo entrar a la tierra prometida que poseerla.  La generación que salió de Egipto, fue esclava por siglos; es decir, este pueblo no conocía otra cosa que no fuera servir a los egipcios y para ellos eso era muy normal, era su estilo de vida.  Su actitud frente a las pruebas del desierto fue de rebeldía y de enojo contra Dios.  Para ellos era mejor regresar a Egipto donde, a pesar de ser esclavos, tenían de todo.  Hoy por hoy, continúa sucediendo lo mismo en nuestros corazones.  Sabemos que Dios es amor, que quiere lo mejor para nosotros, pero en nuestra rebeldía y dureza de corazón nos lanzamos al abismo de la esclavitud, y somos presa fácil de las mentiras del diablo.

Nuestro objetivo principal, hablando espiritualmente, es agradar a Dios en absolutamente todo lo que hacemos.  Agradarlo en su provisión, en tiempos de abundancia y de escases, como decía Pablo en su carta a los Filipenses: “Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad.  Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:12-13).  Es como cuando contraemos matrimonio y el pastor nos dice que tendremos que ser fieles en la pobreza y la riqueza, en la salud y en la enfermedad, etc., así debe de ser en nuestra relación con Dios.  Ser fieles a Dios en todo momento, sin importar nuestra situación económica, o sentimental.  El Señor quiere que seamos libres, no para hacer lo que se nos antoja, sin sabiduría; sino para disfrutar de todas sus bendiciones de la tierra prometida.

La generación que salió de Egipto no fue la misma generación que entró en la tierra prometida.  Este pueblo no conocía otro estilo de vida y por ende el concepto que tenía de la libertad era muy pobre.  Entrar a la tierra prometida después de vivir toda la vida en la indigencia espiritual, es un paso muy serio que conlleva demasiada responsabilidad.  Porqué?.  Porque Dios preparó nuestra tierra con abundancia, donde no faltará nada y seremos verdaderamente libres.  Tenemos la responsabilidad de cuidarla.  Al entrar en ella nos encontraremos con gigantes que hay que desalojar.  Tenemos que vencer los obstáculos que no nos permitirán poseerla como nuestro Padre desea que lo hagamos.  Fue creada, ordenada y diseñada con Su propia mano para el deleite de sus hijos.  Posiblemente, la tierra prometida sea su cónyuge temeroso de Dios, con mucho amor para dar y usted no lo cuida ni lo protege.  A lo mejor, su tierra prometida es una casa, un trabajo, etc.  Cada quien tiene su tierra prometida, la sabiduría está en saber valorar este regalo del Padre.  Cuidarla significa que todo aquello que quiera evitar que la poseamos debe ser destruido; no con mi propia justicia o sabiduría, sino en la justicia y sabiduría de Dios.  Por eso es muy importante que al tomar decisiones busquemos primero la dirección de Dios.

Para entrar a la tierra prometida, el primer paso es lavar nuestras ropas en las aguas del Jordán, para ser vestidos con las vestiduras blancas que el Señor tiene preparadas para sus hijos.  Sin embargo, nuestro Padre conoce los corazones y es por ello que nos advierte claramente de no tomar decisiones que van a destruir nuestra bendición.  En Deuteronomio 11:8-32, leemos lo que significa entrar y poseer la tierra prometida, cuidarla y protegerla, obedeciendo “cuidadosamente” a Sus mandamientos, amando a Dios y sirviéndole con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma.  De lo contrario nuestro corazón será desobediente y nos apartaríamos sirviendo a dioses ajenos e inclinándonos a ellos.  Es decir, en nuestra rebeldía y desobediencia le daremos la espalda a Dios y creeremos que seremos capaces, en nuestra propia opinión, de gozar de las bendiciones sin el compromiso que se adquiere con Dios.

Dios es amor, y como nuestro Padre Celestial quiere lo mejor para nosotros.  En el libro de los salmos, capítulo 32, versículo 9 la Palabra nos dice: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos.  No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a ti.”

Dice una frase: “Al buen entendedor, pocas palabras...”

Oramos para que el Espíritu Santo de Dios les llene de bendición y sabiduría espiritual, para conocer el camino hacia su tierra prometida.  Para que una vez entrados en ella, la posean siendo fieles a Dios, obedeciéndole de corazón y quitando de en medio todo argumento del diablo.  Para que disfruten las bendiciones como verdaderos hijos de Dios.

Este ministerio HOREB LIBERACIÓN Y SANIDAD INTERIOR, otorga el permiso para que este material sea distribuido sabiamente. Solo les agradecemos nombrar la fuente de donde ha sido tomado.  Que el Señor les bendiga.